Este último día del año ha amanecido lento, buscando minutos entre los contenedores de basura. He preparado té y he llenado algunas cajas con una manta de cuadros eterna, un puñado de libros viajeros y tres pulseras marroquíes que hacen juegos de música en el brazo.
No tenía nada más que hacer allí, así que me he sentado en la galería y he encendido un último cigarro delante de esa fachada, que parece menos confusa.
Se han gastado varios días, 67 felicitaciones y un temporal de viento que ha cargado con algunos de mis fantasmas. Cada día conozco algún detalle demencial de esa trama que estuvo a punto de absorberme y tendré que explicar otra vez todo lo que he escrito durante este año. La discoteca ha cerrado y la página de DUD ya no existe, pero esa encargada transformista sigue escondida en algún agujero remoto, She’s got the jack.
Martín ha recuperado el sueño y se ha quitado el traje. No puedo evitar un sentimiento de culpa casi fanática por haberle arrastrado en este desvarío, aunque fue Laura la que manejó nuestros hilos desde aquella noche en que le dio mi número de teléfono.
Ha llegado el momento de despedirse de este capítulo.
Recorro las habitaciones de una casa que ya no me pertenece, que nunca fue mía, y ordeno recuerdos en una cocina protectora. La compañía cálida de Rosa y Jesús desde aquel 1 de enero, un plato de arroz al horno que sabe mejor a las cinco de la tarde, aquel charlestón con Salva, el abrazo de Rita, la cercanía hipnótica de María. Manchas imborrables, noches generosas y el sonido de un concurso de televisión en el último piso. Patricia, a veces al derecho y a veces al revés, Artur y Eva de cerca, Antonio, Luci, tan dulce entre rizos.
La ropa interior de la vecina, cientos de soles descolgándose por las cuerdas, el recuerdo de Paula y la familia de Nestor, siempre en el espejo en el que miro. Los cálculos de Fernan y Zaira, el cariño de Yolanda, Amanda.
Una discusión sobre la mejor hora para ver Los pájaros, sin duda después de comer, la nevera vacía y Antón rellenando un autodefinido sobre el suelo fregado. La inspiración de Juanjo, Aída y Mamen, siempre esperando un poquito más, todas las canciones de Nacho, un Anónimo puntilloso, Anirri, demasiado lejos…
Las conversaciones interrumpidas con mi abuela, una mañana escribiendo cuentos para el taller de Clara y los versos de Paco:
La vida empieza y acaba en su rincón,
viendo pasar otros tiempos,
inventando otro futuro…
Este ordenador encima de la mesa y sobre todo Othelo y Abaraz, y sobre todo Martín. Y la tranquilidad de que siempre hayan estado entre estas líneas, antes incluso de aquella tarde frente a La Bardemcilla, de que las hayan escrito, pintado, fotografiado, cantado. Un mensaje cada martes, cientos de cañas con inspiración, un par de ellas bajo el Puente Luis I, recetas prestadas, sonrisas, lágrimas y un vestido de seda firmado.
Después de todo, sigo siendo Ana, la misma Ana común, que busca el contenedor adecuado para los paquetes de tabaco, que tropieza al menos una vez al mes y sale mal en todas las fotografías. Sigo parada y ya no tengo casa. Ahora tomo el té más dulce y el café más amargo y utilizo una sola crema hidratante.
Y esta realidad sigue pudriéndose y agotándose. Este ha sido el año de los escraches, la corrupción única, la esclavitud laboral y la pantalla de plasma en oferta. De las mentiras, los enredos y los silencios. Hoy los indignados son delincuentes y las mujeres son la carne de la que se alimentan unos cuantos curillas impuestos con dolor. Hemos pasado del Nunca máis al Sempre que queras, de la Cámara baja a la Cámara arrastrada y del banquero encarcelado al juez expedientado. De los derechos sociales a los medicamentos para unos cuantos, el crucifijo en las aulas y la justicia selectiva. Este ha sido un año de dramas e impunidad, de espionaje e impunidad, de incompetencia y café con leche e impunidad. Y de la despedida de Nelson Mandela.
Puede que me marche lejos, puede que me marche con Martín, puede. Ahora lo único que sé es que voy a cenar brochetas de langostino y mozzarella con soja de tomate y wasabi con él.
Os deseo un doscerocatorce lleno de casualidades.